Al observar con detención el más reciente trabajo de Claudia Adriazola (Bobby, Terry y Sultán), de inmediato se viene a la memoria un poema de Whitman en el que afirma que podría irse a vivir con los animales, tan serenos y satisfechos de sí mismos, pues no gimen ni lloran por la condición en que se encuentran. En las telas de Claudia esto es una gran verdad, pues sus perros aceptan el rol sin chistar, así como también asumen que se les asocie libremente a los juegos y soledades humanas (gato incluido).
La idea del aceptar de los perros y la necesidad de compañía y de juego de los hombres necesariamente debía encontrar texturas, colores y técnicas apropiadas, pues los gestos son muchos y el peligro de la anécdota es alto.
En esto Claudia hizo una apuesta certera: eligió como técnica principal la encaústica, milenario método de pintura sobre la base de cera virgen de abeja expuesta al calor, más trementina y pigmentos. El resultado son tonalidades y transparencias suaves, serenas, calmadas, pero poderosas en sí mismas.
El color es tierra de sombra y siena tostada, extracto de nogal, azul cobalto y amarillo medio, los que más allá de la sumatoria crean una atmósfera mínima, pero expansiva en la interpretación.
La textura matérica es tan evidente como la atracción que ejerce la cera sobre las abejas en el taller de la artista. Su fuerza, sin pudor, denuncia el regreso a lo simple, al pincel, a la paleta generosa, al pintar como oficio en el que se queda y se va la vida. Jorge Reyes. Periodista.